Por: LUCIA PÉREZ DE CELI
Directora del Colegio Alternativo Talentos
Ingreso a una clínica para mi cita y me encuentro con una escena caótica. Mientras espero en la fila de registro, escucho gritos y voces que me asustan. Parece que hay una discusión entre una señorita del mostrador y un padre con su hija. A pesar de la amabilidad de la empleada, el padre y la hija continúan gritando sin escuchar razones. Esta situación me recuerda a un incidente que mi hijo presenció hace unos días en un avión, donde un pasajero se levantó y comenzó a decir lo que quería hasta que la policía lo bajó.
Pero las situaciones desagradables continúan. Acabo de ver a una madre tirando del cabello de su pequeña hija porque estaba inquieta. La niña llora mientras la madre le dice que se calle o llorará más fuerte. Es triste darse cuenta de que todos somos testigos de situaciones similares en nuestra vida cotidiana.
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La razón detrás de este comportamiento preocupante es un virus mucho más peligroso que cualquier enfermedad física: el virus de la intolerancia y la falta de control emocional. Este virus ha surgido después de la pandemia y sus síntomas incluyen una baja tolerancia a la frustración, la falta de consideración, la normalización de actos y palabras ofensivas, la indiferencia y el desánimo, que muchos llaman depresión.
Sin embargo, en medio de esta negatividad, me encuentro en el almuerzo con una joven mesera que interrumpe mi reflexión. Su rostro amable, su sonrisa y el brillo en sus ojos me llenan de esperanza. Mientras me atiende, descubro que ha ganado una beca 18 para estudiar biomecánica en la UTEC y está trabajando para hacer su pasantía en Brasil. A pesar de tener que viajar dos horas en autobús todos los días desde su casa para trabajar y estudiar, ella está feliz. Esta joven es inmune al virus que parece afectar a tantos otros. Es probable que sus padres la hayan vacunado con grandes dosis de amor y le hayan enseñado que los logros en la vida se alcanzan con amabilidad, esfuerzo y determinación.
Necesitamos seguir el ejemplo de personas como esta joven mesera y recordar que el amor, la amabilidad y la voluntad son las armas más poderosas para combatir este virus. Solo así podremos construir una sociedad más tolerante y compasiva, donde todos podamos vivir en armonía. ¿Nos vacunamos todos?