Ciro Alegría: un escritor de carne y hueso


Por: EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA

Cuando se difundió en todo el planeta “El mundo es ancho y ajeno”, muchos de los lectores supusieron que el nombre de su autor era un seudónimo. “Es tan bonito que tiene que ser inventado”, comentó Gabriela Mistral.

Cuando después se supo que Alegría residía en Chile como exiliado peruano, la gente no pudo entender qué clase de gobierno tenía el Perú que perseguía a uno de sus más importantes escritores. Y, por fin, todavía quedaron personas para quienes no podía ser un escritor de carne y hueso.

Ciro Alegría

Pero lo era.

La más importante novela indigenista de América, “El mundo es ancho y ajeno” (1941), fue escrita por un peruano: Ciro Alegría, quien unos años antes había sobrevivido a una matanza; había esquivado un pelotón de fusilamiento, había pasado varios años en la cárcel, había sido desterrado después y la mayor parte de su vida no pudo regresar a la patria debido a que una sucesión de dictaduras se lo impidió siempre.

La Nochebuena de 1931, Ciro Alegría, entonces un muchacho de 22 años, no pudo estar en Trujillo, en el local del Partido Aprista donde se le esperaba porque se hallaba en una misión política en Cajamarca.

Esa medianoche, un camión con soldados estacionó frente al local aprista de Trujillo. Un grupo de ellos penetró en el local haciendo disparos a diestra y siniestra. Hubo decenas de muertos. La mayoría de aquellos eran, por cierto, niños y amas de casa.

En Cajamarca, mientras tanto, fue perseguido, apresado y torturado. Al final, casi muerto se lo llevaron a la cárcel pública de Trujillo.

En julio del año siguiente estallaría en esa misma ciudad una revolución que estaba destinada a ser el punto de partida de una formidable insurgencia social en el Perú. Es normal que el joven universitario Ciro Alegría participara en ella.

Los rebeldes tomaron el cuartel de la ciudad y por una semana instalaron un gobierno popular. Sin embargo, las fuerzas armadas sitiaron Trujillo por aire, mar y tierra y, después de muchos desiguales combates, aplastaron la rebelión. Miles de trujillanos fueron fusilados sumariamente frente a los paredones de la antigua ciudad pre-hispánica de Chan Chan.

Un tribunal marcial decidió su ejecución. En la cárcel, esperó durante meses que se cumpliera la fatídica sentencia.

Cuando lo conocí, varias décadas más tarde, Alegría me contó que allí, entre sueños y en medio de las cuatro paredes carcelarias, había visto a Rosendo Maqui y a los diversos personajes de su épica novela “El mundo es ancho y ajeno”. “Me moría de ganas de salir de allí para escribirla” -me dijo.

En la obra, los indios de una comunidad andina tienen que afrontar la invasión de sus tierras por el latifundista, a quien protegen las fuerzas armadas y las leyes de la república.

Ganadora de un premio internacional y publicada en 1941, esa novela significaría también el primer ingreso de la figura del indio en la literatura. Antes de que ella se publicara, los indios no habían sido considerados dignos de entrar en las páginas todavía coloniales de los autores peruanos.

A Ciro le fue conmutada la pena de muerte por una prisión que padeció algunos años, para luego exiliarse en Chile. En ese país serían editadas “La serpiente de oro” (1935) y “Los perros hambrientos” (1939). “El mundo es ancho y ajeno”, publicada en casi todas las lenguas, se convertiría después en una novela mundial.

Ni siquiera la fama conquistada por esos hechos pudo servirle para volver a su país. Sucesivas dictaduras se lo impidieron o hicieron del Perú un lugar muy peligroso para el novelista quien, por fin, se fue a los Estados Unidos y se dedicó allí a la cátedra universitaria.

Tras un largo exilio y después de varias décadas, regresó. Un ataque fulminante al corazón acabó con su vida en 1967. No lo habían hecho desaparecer la ametralladora de los irracionales, tampoco los azarosos años de la persecución y el martirio, ni la posibilidad de ser fusilado.

Cuando ahora lo leemos, nos convencemos de que era un hombre de carne y hueso.