Por: CÉSAR GÁLVEZ MORA
La marinera bailada por don Manuel Asmat y don Juan Rosales fue registrada en varias fotografías de Pedro Puerta, realizadas en el pueblo de Moche el 6 de enero de 1946, las cuales forman parte del acervo del Museo de Antropología, Arqueología e Historia de la Universidad Nacional de Trujillo.
En ese entonces los varones podían bailar marinera entre ellos para demostrar a sus esposas y amigos quién era el más diestro, en particular durante el zapateo, que se realizaba a pie desnudo, según lo menciona Enrique Vergara Montero.
Asimismo, el antropólogo John Gillin afirma que la marinera era un baile obligado en las fiestas mocheras de la década de 1940, en las cuales participaban varias parejas que -animadas por los invitados- danzaban frenéticamente y culminaban empapadas de sudor. En ese entonces, las damas podían utilizar de uno a dos pañuelos para bailar esta danza.
Lo mismo sucedía en las fiestas tradicionales de Huanchaco, que eran celebradas con marineras y valses durante varios días “hasta secar el concho” de las tinajas de chicha, de acuerdo con Pedro Anhuamán, quien destaca la obra del compositor originario Silvestre Piminchumo Palma, autor de marineras, yaravíes y valses.
De otro lado, hermosas marineras fueron creadas por los compositores trujillanos Alcides Carreño (“El mocherito”, “Que buena raza de china”, etc.), Teófilo Álvarez Dávila (“La trujillana”), Esperanza Salaverry (“La salaverrina”), Juan Benítez Reyes (“Así baila mi trujillana”, “Cholo”, etc.), Salvador Oda Chávez, entre otros.
Igualmente, destacados maestros afincados en pueblos cercanos compusieron varias marineras, como el ascopano Domingo Macchiavello y Sebastián Silva (“La ascopana”), y la chiclinense Marina Quipuzco (“Cholito pantalón blanco” y “El ajiseco”).
Por consiguiente, sea bailada entre hombres o por parejas mixtas, en la intimidad de las fiestas familiares o en actividades públicas de los pueblos de ayer y siempre, la marinera es un baile para ser disfrutado por todos, y es en estos escenarios tradicionales donde se mantiene su esencia.
De ahí que su encanto vibra tanto en las composiciones inéditas de inspirados lugareños, como en las obras consagradas en la memoria popular.