“¡La leche, casera! ¡La leche!”


Por: CÉSAR GÁLVEZ MORA

La lectura de “Aquí me tienen catay” (Lima, 1972), de Edelmira Lizarzaburu, me ha transportado al Moche de mi infancia.

Aquel Moche de la alba iglesia que presidía la plaza adornada con palmeras.

En ese Moche añejo, las vendedoras de leche montadas en piajenos transitaban por las calles con el paso marcado por el bamboleo de sus cantinas.

Décadas atrás, las lecheras ofrecían sus productos a voz en cuello, pregonando frente a las puertas de sus clientes cotidianos.

“¡La leche, casera, la leche!”, las oíamos decir.

Y, para mayores detalles, en “Pregones de Trujillo” la autora alude a las vendedoras que venían desde Moche, Huamán, Huanchaco, Mansiche, Virú y Paiján:

¡La leche… mi caserita/ ¡frejolito mantecoso/ está rico y bien sabroso!…/ ¡la alfalfa!… ¡lentejitas!/ llevo caiguas… alverjitas!/ ricos tumbos, pomarrosas/ bien rosadas y olorosas!/ ¡Y salían las caseras/ en sus batas mañaneras/ elegantes, primorosas!

Asimismo, recuerda en otro pasaje: “La graciosa huanchaquera / pregonaba su pescado: / ¡Corvina, toyo, lenguado / aquí le traigo casera!… / Hay todo lo que usted quiera, / caballas, pulpos, ancocos, / machetes, sardinas, locos / viña, lorna, roncador!… / ¡conchitas!… pa´ mi señor / ¡cangrejos!… ya quedan pocos”.

Sin duda, las décimas de Edelmira Lizarzaburu nos motivan a conocer la diversidad de las expresiones del patrimonio cultural inmaterial en La Libertad antigua y de siempre, como es el caso de las plañideras mencionadas en “Huanchaco” y “Los llorones de Moche”, quienes fueron silenciados por la modernidad.

Finalmente, ahora que veo la fotografía de una vendedora de leche, en el libro de John Gillin (1947), y otras que muestran la pródiga campiña de hace siete décadas, es inevitable comprobar cuánto se ha perdido del Moche de entonces.