El primer nacimiento navideño del que se tiene registro data de 1223, cuando Giovanni Bernardone, mejor conocido como San Francisco de Asís montó un belén en una cueva cercana a la ermita de Greccio, en lo que hoy es Italia. Su versión era un “nacimiento vivo” –es decir, con personas y animales reales, además de un pesebre– y su finalidad era mostrar a sus fieles la humildad del entorno en el que nació Jesús. El papa Honorio III aprobó esta idea y ante la gran respuesta de su congregación la popularidad de los belenes fue creciendo año tras año.
Un siglo después ya todas las iglesias en Italia montaban un nacimiento vivo durante la Navidad. Alrededor del siglo XV se instaló el primer nacimiento con estatuas de barro en Nápoles, dando vida a los belenes como los conocemos hoy en día. Esta tradición se expandió por toda la península itálica y eventualmente llegó a otros países europeos como España, Alemania y Reino Unido.
El belén llegó a América Latina con los colonizadores, quienes hicieron de este elemento una herramienta más para la evangelización. El cruce de culturas dio paso a nacimientos que combinaron motivos, técnicas y materiales empleados por los artesanos de los pueblos indígenas.
Fuente: REGINA SIENRA – Periodista y traductora.